Cuentan por la calles de una pequeña ciudad la historia de una chica, de una chica muy especial a la que llamaban princesa.
No vivía en un hermoso castillo, ni es una fortaleza protegida por fuertes caballeros.
No, ella vivía en un charco, en un charco formado en un callejón sin salida, donde apenas pasaba gente, quizás, tal vez quizás, pasara un perro buscando comida o un gato despistado.
Bien, pues ella era peculiar, tal vez fea para los habitantes de aquella ciudad, pero daba igual, nadie la veía y nunca nadie la llamó para hablar.
A lo mejor pensáis que era hermosa, peculiar pero hermosa, con la apariencia de una muchacha de piel verdosa y cabellos de algas.
Pues siento bajaros de vuestra nube rosa, os recuerdo que vivía en un charco.
Ella era pequeña, de una estatura como un niño de tres años, sus piernas eran regordetas y cortas, que su tronco acompañaba, pero sus brazos, sus brazos eran largos, casi llegaban al suelo y para el conjunto eran delgados, de dedos casi huesudos.
Su rostro era sereno, veías bondad pero con picardía, eso sí, tan inocente del mundo fuera del charco como podría estar alguien de la ciudad dentro él.
Sus ojos eran acuosos, no llegabas a distinguir si eran verdes o azulados, si grisáceos o solo era un cristal mal pulido.
Y su cabello era como el de cualquier ciudadano, con la particularidad de que eran de color gris, gris sucio y despintado igual que su piel.
Contada su apariencia para que luego no haya confusiones, seguimos con su historia.
Vivía ajena al mundo exterior, no era princesa, pues vivía sola, sola en ese pequeño charco sin nadie a quien gobernar.
Se llevaba días y días mirando al cielo y viendo desde ese pequeño marco que era su charco el tiempo pasar, de vez en cuando veía asomarse un gato, un perro o un pequeño pajarillo para beber de sus aguas y entonces su corazón se aceleraba y una alegría le inundaba el cuerpo, por fin podría hablar con alguien.
Pero por desgracia cuando se acercaba al borde de su pequeño charco, el animal se asustaba y salía huyendo.
- otro más que se va sin querer hablar conmigo.
Y así pasaba los años, había momentos que ese pequeño marco estaba cerrado, por días, no había llovido y el escape de agua de la tubería de al lado parecía haber sido arreglada, pero duraba poco y eso la ponía contenta.
Un día como otro de muchos, oyó murmullos y algo pudo entender.
- No, no me voy a meter en el charco.
* Pues no vendrás con nosotros, eres una cobarde y no nos juntarnos con gente así.
- No llevo botas de agua y ahí está muy oscuro, he oído que ni los gatos entran en este callejón.
* Pues olvidate de nosotros, niña tonta, haz lo que quieras, nosotros nos vamos y no se te ocurra seguirnos.
Luego no oyó nada más, silencio.
A los pocos minutos oyó pasos y algo metálico arañando el triste cemento del suelo.
Se quedó inmóvil, con el corazón en un puño, por la bendita agua que la sustentaba, alguien o algo se estaba acercando al charco.
Se acercó al marco de su charco para ver que era y vio una niña con el pelo húmedo al igual que su ropa y con unos ojos como platos y sosteniendo un paraguas como si fuera una espada.
Quiso decirle algo, pero vio como su rostro pasaba de la sorpresa al terror, vio como se daba la vuelta y corría como aquellos animales que se acercaban a su charco.
Y volvió a repetir en voz baja.
- otro más que se va sin querer hablar conmigo.
Aquella noche se puso a pensar ; es diferente a los animales que he visto, he visto en sus ojos curiosidad, no solo terror y supervivencia, curiosidad, sorpresa y curiosidad.
En fin, se ha ido como todos y no volverá.
Pasaron los días, con sus noches y su lento caminar de las nubes en el cielo y lo oyó.
- Hola, ¿hola?, ¿hablas? ¿me harás daño?
El corazón le dio un brinco, tembló como un flan, no sabía si asomarse o huir hasta lo más hondo de su charco.
Por primera vez tenía dudas, tenía miedo, sentía nervios.
Intentó calmarse, pero oía como los pasos iban acercándose.
No te lo pienses más, sal, habla.
- ¿Hola? ¿Eres de verdad?
Va a ser una sombra de aquél día lluvioso, tenía tanto miedo que seguro vi una onda y vi algo.
* Hola
La niña dio un repingo y su cara empezó a mostrar síntomas de no respirar.
* Hola
- ¿Hola? O dios mío, eres de verdad, lo que vi era cierto ¿que eres? ¿como te llamas? ¿que haces ahí dentro del agua? ¿muerdes?
Ante tanto aluvión de preguntas, se quedó medio asomada en el marco de su charco.
No sabía que contestar y menos aún que preguntar, eran tantas cosas que no le podía poner orden.
* Hola
- Hola y empezó a reírse.
- Así nos podemos llevar toda la tarde, ( volvió a reírse)
- ¿Sabes hablar mi idioma?
- Yo me llamo Elinna y vivo ahí detrás de esas casas viejas.
* Yo no tengo nombre, no había nadie quien me lo pusiera.
- ¿no tienes padres? ¿vives sola? ¿no hay más como tú?
* No
Empezó a ponerse nerviosa, muchas preguntas, muchas dudas, y poca información sobre ella misma, tuvo la intención de huir hasta lo más profundo de su charco, pero, jo, había soñado con esto desde que tenía uso de razón, allá por tiempo que no recordaba.
La niña siguió con su parloteo.
- Oye, el otro día me asuste al verte, no te ofendas, pero no todos los días se ven pequeñas personas dentro de un charco.
* Yo es la primera vez que veo un animal como tú.
De pronto explotó en una carcajada, casi se ahoga, tosió y se limpió las lágrimas de los ojos.
- No soy un animal, bueno sí, lo hemos dado en la escuela, pero somos más inteligentes, eso dice mi profesor, pero yo dudo, mi gato es más listo que el perro de mi primo e incluso sé que me entiende cuando le hablo.
*¿profesor? ¿escuela?
- nunca has salido de aquí ¿verdad?
Si quieres y no me muerdes, te puedo ir enseñando cosas de la ciudad y tu me enseñas cosas de tu charco. ¿vale?
Se me iluminó el alma, se me abrió el mundo y la amplia sonrisa que cruzó mi cara le dio a entender a la niña llamada Elinna que era un sí en toda regla.
- ¡estupendo!
No podré venir todos los días, pero sí cada vez que pueda y traeré libros con fotos y te diré como se llaman y quizás un día traiga a Mimitos y así lo conoces y ...
Y así siguió durante un rato, con cara de ilusionada y la verdad no tenía ganas de interrumpirla, estaba viendo la misma ilusión que albergaba yo.
Pasado el rato de verborrea se paró en seco y me miró.
- no tienes nombre, nadie te lo puso, ¿verdad?
¿te puedo poner uno?
La miré con los ojos tan abiertos que pensé que la iba a absorber con mi mirada.
Se dio cuenta que me había gustado la idea.
- mmmm, pensemos en uno bien bonito.
Mmmm, vives sola en este charco, es tu reino, ¡eso! Tu reino!
¡¡¡Princesa!!!
Eres la princesa de tu charco, a mi me gusta ¿y a ti?
No sabía que era un reino, ni que era una princesa, pero sonaba bien, muy bien ,a mis oidos.
Sabía que tarde o temprano me enteraría de que significaban esas palabras y mi intuición me decía a gritos que era bonito y más a ver los ojos de esa niña llamada Elinna como saltaban chispas al llamarme Princesa.
*Me gusta (le respondí con mi más y sincera de mis sonrisas)
- Pues entonces hasta pronto Princesa, es tarde y mamá se enfadará si llego tarde a casa.
* Hasta pronto Elinna
Y la vi marcharse a todo correr.
Me metí en mi charco, me quedé mirando a la nada, intentando recordar cada detalle de ese día, y por primera vez en mi vida quería que las horas pasasen rápidas y volviera esa niña llamada Elinne y su verborrea sin límite.
Y me dormí.
........
No hay comentarios:
Publicar un comentario